lunes, 13 de diciembre de 2010

Sobre la batalla de "La Vuelta de Obligado"

3º Jornadas de Revisionismo Histórico
Panel: El Bicentenario
Oscar Denovi (Argentina): Respuesta a la publicación de Luis Alberto Romero en el Diario La Nación del 18 de Noviembre de 2010


Al “Historiador Profesional” Luis Alberto Romero
Del “escritor aficionado” Oscar Juan Carlos Denovi
Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas

Como de costumbre los historiadores adeptos a la llamada Historia Oficial, comienzan sus admoniciones con un lenguaje sibilinamente despectivo, con el que condicionan al lector no suficientemente informado. En este caso, una vez más, se dice lo siguiente en el artículo “Transformar la derrota en victoria”, del diario La Nación de la edición del 18 de noviembre: “…las tropas de Rosas intentaron inútilmente bloquear el acceso de la flota británica por el río Paraná.” Debió decirse, señor Luis Alberto Romero, pues es él, el autor, las tropas argentinas, y no fue inútilmente según veremos luego. A renglón seguido, continua con su arremetida descalificadora, llamando a quienes sustentamos posiciones opuestas a la versión liberal y en ocasiones falsa o mutilada, “escritores”, quienes asumimos la tarea de “ batir el parche y despertar sentimientos e imaginarios de un nacionalismo hondamente arraigado en nuestra sociedad.” Muchas gracias, lo sabíamos, pero nos halaga igualmente.


A renglón seguido, niega que la Historia Oficial mantuvo oculta la Batalla de la Vuelta de Obligado. Digamos al respecto, en primer lugar, que cuando se hablo de ella, se la llamó combate, disminuyendo su importancia de esa manera, porque entre uno y otro concepto, media una diferencia de envergadura notable. Por los elementos comprometidos por ambos bandos, aun con la notable disminución técnica de los aportados por los argentinos, se trató de una verdadera batalla de la que habla las bajas propias, los daños infligidos a la flota anglo francesa que debió permanecer en Obligado 40 días reparando sus daños, y la opinión de militares de la época, entre ellos del General San Martín. Sin duda, tenemos que referirnos a épocas del pasado inmediato y mediato, acerca del ocultamiento en la historia argentina, de este acontecimiento. En escritos del siglo XIX, no lo fue del todo, pero luego en el siglo XX, casi desapareció de los libros, sobre todo de los de texto de los estudios primarios - mención de los acontecimientos - y de los correspondiente a los estudios secundarios. Puedo atestiguar al respecto, porque cursé mis estudios primarios y secundarios entre 1945 y 1960. Uno de los autores mencionados por Romero, como prueba de que la Vuelta de Obligado era citada en los libros del pasado, es José Luis Busaniche, autor que varió de su posición liberal, después de ser informado por escritos revisionistas publicados desde 1939 por el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, y por otras entidades de igual orientación, asentadas en Santa Fe. Pero las publicaciones de Busaniche se conocieron avanzada la década del sesenta. El otro autor mencionado, fue Ernesto Palacio, otro tanto puede decirse de él, puesto que su obra fue publicada y difundida también a lo largo de la década del sesenta. En cuanto a Ferns y Lynch, su difusión fue posterior aún. De modo que en las generaciones de padres de familia ajenos a la lectura de la historia, gravita aun en notable proporción, la historia enseñada en los estudios primarios y secundarios. Testimonio de ello, es la ignorancia increíble de nuestros jóvenes en muchos aspectos, en los que se destaca el pasado argentino. Más adelante, vuelve sobre los resultados de la contienda en ese lugar de Obligado, para recordar que fue una derrota. Pero ocurre que la acción a la que se refiere y ahora nos referimos, fue la primera de otras que con las que siguieron constituyeron la guerra del Paraná, guerra no declarada - por los interventores - pero guerra que culmina, meses después, en la Angostura del Quebracho (4/6/1846) con una victoria, victoria parcial, pero victoria al fin, porque en esa Batalla, otra más en la estadística de las olvidadas, por diversas causas, cesó la lucha. En más vino las tratativas diplomáticas, donde la “cazurra y tozuda” diplomacia de Rosas, logró que ambas potencias no solo reconocieran el Paraná como río interior argentino, sino que debieron saludar el pabellón nacional con 21 cañonazos por exigencia ahora si de Rosas. (En las tratativas, intervino el notable jurista Felipe Arana, Ministro de Relaciones Exteriores).
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En un golpe de efecto digno de una escena teatral, Romero refiere luego el éxito de “las fuerzas militares de Rosas”, no de las argentinas, reiterando el viejo truco ya empleado, que sirvió para distraer la atención del lector no advertido, y sigue sirviendo todavía, aunque no con la misma eficacia. Entonces, según Romero, Parlmeston sustituyó a Alberdeen en 1846, y como el segundo era el partidario de la fuerza, mientras Parlmeston lo era de la negociación, triunfó entre la tesis de la negociación. O sea tuvimos paz y victoria, no por mérito propio, sino ajeno. Lejos de ello, lo que ocurrió fue que la guerra se había ganado en 1846. No solo por el triunfo en la Angostura del Quebracho, donde nuestras fuerzas incendiaron 7 mercantes de la flota, provocaron innumerables daños a los buques de guerra y mercantes, y numerosas bajas en las tripulaciones, sino que a favor de la altura de los acantilados costeros de esa parte del Paraná, solo sufrieron las fuerzas propias, 4 muertos y un número insignificante de heridos. No era el único factor, hasta pocos días antes del 4 de junio, los barcos se habían cobijado en Corrientes, pero el fracaso de la operación comercial que había impulsado la operación “liberadora” de nuestros ríos, había dejado de ser atractiva. Pero además, las tropas entrerrianas de los ejércitos del gobernador Urquiza, venían sumando triunfos y amenazaban apoderarse de Corrientes, lo que lograron pocos meses después. No solo no había dinero sino seguridad para barcos venidos de Europa. San Martín había sido consultado meses atrás y desde Nápoles había respondido en una nota que se publicó primero en un diario inglés, y luego en uno francés. No se trata del argumento de un Halcón, frente al que sostienen las palomas. Se trata de historia completa, que el señor Romero debiera conocer, ya que tiene los oropeles de investigador del CONICET. Se trata entonces, volviendo a la controversia que suscita el artículo publicado el 18 de noviembre, de honrar lo que inicialmente comenzó a ganarse el 20 de noviembre pese a la derrota de ese día, y prosiguió ganándose el 16 de enero de 1846 en San Lorenzo, en los innumerables combates con artillería volante librados antes del primer mes de ese año, después de este, hasta esa Batalla de la Angostura, y los combates posteriores hasta la iniciación de las negociaciones. Una operación a escala mayor, ya había sido descartada en 1838 por Francia, y lo fue entonces por su alto costo y resultados inciertos, como lo había apreciado San Martín en la mencionada carta de Nápoles- Por lo tanto, bienvenida la celebración del triunfo en la guerra y en la diplomacia, en ambos terrenos triunfó la Confederación Argentina. Luego en su artículo se pregunta si la acción fue “nacional”, así, entre comillas. A Romero le parece dudoso. En primer término vamos a señalar que a nosotros, los revisionistas, nos parece nacional todo lo que le conviene a la Nación en el terreno espiritual y material. Aquí hemos desarrollado una cultura que tiene valores y desvalores. Procuramos exaltar los valores y corregir sus opuestos. Por cierto esta es una tarea ardua, pero entre otras cosas, somos revisionistas porque es parte de esa tarea. Luego no ignoramos que lo que hace a lo “nacional” viene de lejos, por ello rechazamos la idea que lo nacional nació en 1810. Más bien pensamos que el espíritu de lo nacional se conforma como la fundición de metales en un crisol. Cada uno aporta lo suyo a la masa común, pero no se individualiza, sino que adquiere como propio lo que otros aportaron junto a su aporte. Así se ha construido nuestra cultura y nada dice que esto puede y debe cambiar. La idea del volgeist que según Romero tenemos los revisionistas, es una idea que esta en una de las versiones del ramillete que compartimos. Pero se equivoca una vez más en atribuirnos una fijación en la idea del espíritu y materialización de lo nacional. Lo “criollo” es una mezcla de etnias hispánicas, indígenas y mediterráneas, con otra de lenguas de igual origen, con una mentalidad que comenzó a formarse cuando los europeos descubridores cortaron sus lazos con el viejo mundo, y entrelazados con los americanos, comenzaron a ver el mundo desde aquí. Según dijo el autor mas adelante, en 1845 el Estado argentino estaba en construcción. Esto es cierto, en Enero de 1831 mediante el Pacto Federal se daba la patada inicial para la formación del Estado, después de veinte años de frustraciones. Por dicho Pacto, se formaba la Confederación Argentina, a la que adhirieron todas las provincias. La Nación se había pronunciado en el termino de casi dos años a partir de 1831, y luego se fue perfeccionando lo que había sido improvisado o imperfecto. Rosas sostuvo la unidad de las provincias, como lo comentó Sarmiento, su principal crítico. Y aquí nos encontramos con otro golpe bajo del señor Romero, “…es seguro que Rosas bloqueando el Paraná e impidiendo la libre navegación de los ríos, sostuvo los intereses de Buenos Aires, una provincia que, bueno es recordarlo, hasta 1862 vaciló entre integrar el nuevo Estado o conformar un Estado autónomo.” En primer lugar, la libre navegación de los ríos, era para los barcos extranjeros, ya que los argentinos disponían de esa libertad, en segundo lugar, quienes segregaron la provincia de Buenos Aires y mantuvieron esa situación hasta 1862, fueron los enemigos de Rosas, que la prolongaron hasta 1880 y desataron una cruenta lucha para impedir la capitalización de la ciudad de Buenos Aires. Para finalizar esta respuesta que ha abundado en desmontar los hábiles argumentos del señor Romero, aptos para confundir al lector que no conoce historia, diremos que los escritores neorrevisionistas - que el autor del artículo de La Nación confiesa le cuesta llamarlos historiadores - no nos sentimos afectados por las imputaciones que el señor Romero nos adjudica. Mas bien, es un timbre de honor que nos distingue.

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