(Exposición vislumbrada en el cuarto encuentro del Seminario de Filosofía e Historia)
Yo fui contando detalladamente cómo comenzaron en mi las asociaciones mentales pertinentes al problema que se manifiesta en el título: fue una sensación muy gratificante, porque quedó en evidencia qué es realmente filosofar: partir de grandes inquietudes propias y no hacer como des-hace el sistema académico tradicional de los Estados “liberados” al patrón de la creación de las necesidades establecidas que ya nos dan “a priori” aquello que debe ser consumido por la lectura. No, hice todo lo contrario (porque vengo haciendo la mía, vengo cuidándome a mi mismo hace un tiempo interesante ya): esperé hasta tener 27 años –hoy cuento con unos 30- para que apareciera naturalmente en mi, sin forzar nada, la inquietud genuina, insalvable, inesquiva acerca de aquél Principio que me permita algún día, si participo de un proyecto excelente, no caer –como casi todos caen- en la lógica de la corrupción.
En el encuentro de ayer sábado expuse mejor, amparado en una producción textual, parte fundante de mi Teoría de los Modos Del Pensamiento Filosófico, y es una lástima que gran parte de la sociedad civil, a la que me digné en persona a invitar, no haya asistido ni siquiera con un representante (como en el caso de un importante sindicato ligado directamente a la educación: ¿qué pasa “docentes” que no pueden hacer docencia fuera del aula, que no pueden encarnar el conocimiento y su compromiso social intrínseco?) Así estamos… y se ve que en todos los ámbitos es igual. Una lástima, porque uno sigue creciendo y compartiendo este crecimiento con los más cercanos (que a esta altura ya son varios de los que vienen siguiendo responsablemente esta propuesta) mientras que al par uno se va alejando cada vez más de aquéllos que, en un primer momento, ingresaban dentro de una simpatía posible, y comienza a verlos como monstruos alienados sin voluntad (porque la voluntad demanda el impulso de la más preservada integridad, no la exterioridad más radical de la concepción de objeto, de cosa, de sindicato sin diálogo ni movimiento ni circulación interna -¿se ve, se nota cómo uno sin querer se va alejando más?-). La falta de ilusión me obliga a formarme esta opinión.
Bueno, aún restan dos encuentros prefijados más, y no quiero luego tener que atragantarme con mis palabras; así que voy a suspender mi enojo razonable hasta tanto me vuelvan a fallar, me vuelvan a dar su palabra de sinceridad y apoyo y luego… nada… la más absoluta nimiedad identificada con un gesto deshonesto.
Por lo demás, contento estoy de haber compartido el espacio de trabajo con mi amigo Guido Iglesias, el cual, desde su perspectiva de trabajador social, nos brindó la frescura de una experiencia reflexiva mechando teoría con su vivencia profesional, algo que le dio al seminario por primera vez el marco de la interdisciplinariedad y el tratamiento en conjunto de las preguntas y comentarios que, en la hora final, los asistentes se dignaron a formular, y nosotros a pensar y decir.
E. G.
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